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BİR ŞEHRİN RUHU OLURMU?

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bir şehrin ruhu olurmu?

NOBEL Edebiyat Ödülü sahibi Orhan Pamuk, doğup büyüdüğü ve yaşamının bir parçası olarak gördüğü İstanbul’u, İspanya’da yayımlanan El Pais gazetesinin pazar eki EP(S)’de İspanyollara anlattı. "Bir şehrin ruhu olur mu? İstanbul’un var" diyen Pamuk, "Bir kentin ruhu, kent değiştikçe değişiyor. Yeni ve zenginlik içinde yüzen İstanbul, çocukluğumda tanıdığım melankolik kent değil" ifadelerini kullandı. Pamuk ayrıca, "İstanbul’un en büyük sırrını burada yaşasak da anlamıyoruz, çünkü her türlü sınıflandırmaya meydan okuyor. İstanbul’un kargaşalı sokaklarında dolaşmak, ama bunun yanında bizden önce başka büyük medeniyetlerin de yaşadığını hatırlamak, bize aynı zamanda onlara ait olmadığımız hissini veriyor. İşte bu kentin verdiği bu: Yabancı hava" görüşünü dile getirdi.Al Pais gazetesinin pazar eki EP(S) deki ropartaj aşağıdadır.

REPORTAJE

Mi Estambul secreto

El escritor turco y premio Nobel de Literatura regresa, asomado desde su ventana, a las tiendas donde compraba chicles y cómics cuando era nińo. Aromas de la vieja ciudad y de la nueva. Del bullicio permanente, el caos de sus comercios o la transformación de sus plazas. żDónde reside el misterio de esta megalópolis legendaria?
ORHAN PAMUK 23/08/2007

Nací en Estambul. Exceptuando los tres ańos que pasé en la ciudad de Nueva York, no he vivido en ningún otro lugar. A mis 53 ańos, estoy viviendo de nuevo en los apartamentos Pamuk que mis abuelos construyeron para nuestra gran familia cuando yo era nińo. En las tardes de verano, cuando me asomo a la ventana y miro entre el balanceo de las ramas de los viejos plátanos que bordean la avenida Tesvikiye, puedo ver las luces de Aladdin, la tienda donde mi padre compraba sus cigarrillos y los periódicos y donde yo iba a por chocolate, chicles, pistolas de agua, relojes de plástico y a por el último ejemplar del cómic Tom Mix.

Cuando era nińo, Estambul era una tranquila ciudad de provincias con una población de un millón de habitantes; medio siglo después es una metrópoli 10 veces mayor, rodeada de barrios desconocidos y distantes en los que nunca he estado y cuyos nombres sólo conozco por los periódicos. Cuando me asomo a la ventana, me cuesta aceptar que estas poblaciones de la periferia son una parte de mi ciudad. Ni siquiera en mis sueńos habría esperado que las calles de mi nińez fueran tan bulliciosas como lo son hoy. Pero cuando uno está tan unido a una ciudad como yo lo estoy a Estambul, acabas por aceptar su destino como el tuyo propio; llegas a verla casi como una extensión de tu propio cuerpo, de tu propia alma. Así que cuando ante mis ojos veo el cambio de las calles, de las tiendas y de las plazas -y durante las últimas décadas he visto los cines, las librerías y las jugueterías más importantes de mi nińez cerrar sus puertas-, reacciono igual que cuando veo a mi propio cuerpo envejecer. Tras el estupor inicial, me resigno ante mi nuevo aspecto.

żPuede una ciudad tener alma? Si la tiene, żde qué está hecha? El alma de una ciudad, żse forma por su tamańo, su cultura y su historia, o nace de la imagen que sus calles y sus edificios imprimen en nuestras mentes? Más aún, el alma de una ciudad żdepende de lo bulliciosa que es o de lo vacía que está? żDe la bruma o del calor? żEstá en el río que la cruza o -como en el caso de Estambul- en el mar que la divide en dos? żDónde sentimos su alma con más intensidad? żCuando la vemos desde lo alto de una colina? żCuando pasamos por un paso subterráneo? żCuando nuestros oídos escuchan el alboroto de la ciudad? żCuando nos pica la nariz por su aire húmedo y sucio? Quizá cuando todos estamos acostados oyendo cómo la ciudad duerme como un viejo animal cansado y escuchamos el sonido de la sirena de niebla en el Bósforo. En mi opinión, el alma de una ciudad cambia cuando la ciudad cambia. El Estambul nuevo y opulento de hoy no es la ciudad melancólica que conocí de nińo.

Pero incluso hoy me habla de soledad. En las tardes de verano, el alma de la ciudad está en sus anticuados autobuses que circulan con dificultad entre nubes de polvo, humo y contaminación mientras llevan a los sudorosos pasajeros a sus casas; está en la nube de niebla que cubre la ciudad y que, al atardecer, se torna entre naranja y púrpura, y en la luz azul que sale de millones de ventanas cuando, casi al mismo tiempo, la ciudad enciende sus televisiones -y justo en el mismo instante en que las mujeres de toda la ciudad fríen berenjenas para la cena-. A mediodía, en los tranquilos y fríos días de otońo, cuando la ciudad está en plena actividad, el alma de la ciudad reside en un solitario y ocupado hombre que pesca mientras su viejo barquito se balancea sobre la estela de los transbordadores y de los grandes cargueros que circulan por el Bósforo.

Todos los habitantes de Estambul son de fuera y, por tanto, todos están solos. En 1453, cuando llegaron los turcos -o mejor dicho, los otomanos, ya que había cristianos en su Ejército-, se encontraron con una ciudad que les esperaba. Y, por definición, eran, por tanto, recién llegados. Durante su reinado de 500 ańos, llegaron otomanos procedentes de los más diversos países y culturas; por tanto, también ellos eran de fuera. Cuando una ciudad pasa de una población de un millón a diez millones en un periodo de 50 ańos, las nueve décimas partes de sus habitantes tienen que contarse también como foráneos. Por eso, cada vez que entablo una conversación con alguien en la calle, en un autobús o en uno de los taxis compartidos, conocidos como dolmu, la primera pregunta que me hacen, después de quejarnos del tiempo, es de dónde soy. Si admito, un tanto avergonzado, que soy de Estambul, me preguntan con cierta sospecha sobre el padre de mi padre y sobre los parientes de mi madre.

El gran secreto de Estambul es que incluso los que vivimos aquí no la entendemos, y no la entendemos porque desafía cualquier clasificación. Pasear por sus bulliciosas calles es sentir la historia bajo nuestros pies, pero incluso cuando recordamos que antes de nosotros estuvieron otras grandes civilizaciones, también nos damos cuenta de que no nos pertenecen. Esto es lo que le da a la ciudad ese aire extranjero.

Podría incluso decir que su alma reside en su rechazo a ser clasificada o comprendida racionalmente. En efecto, ésta es la conclusión que saqué de la Enciclopedia de Estambul, el singular y heroico proyecto del conocido historiador Resat Ekrem Koçu, que empezó a escribir en los cincuenta y que dejó inacabada porque no pasó de la letra H. Lejos de aportar datos claros sobre la ciudad, el autor ańadió confusión al escribir sobre sus pasiones secretas y las "excentricidades" de Estambul, a lo que ańadió un entrańable y extenso relato sobre sus compańeros de borracheras favoritos.

Desde mi nińez, las tiendas antiguas de la ciudad me han parecido el ejemplo más elocuente de este desorden. Cuando estoy en una parfumerie -si prefiere, llamémosla farmacia- y miro a mi alrededor, al surtido de botellas de colores, de cajas y de tarros, me parece que el alma de la ciudad no sólo surge de su historia, sino de la suma de las pasiones y sueńos de todos los que alguna vez han vivido aquí. Igual que las tiendas de Beyoglu -aparentemente turcas, pero griegas y armenias en el fondo- a las que iba con mi madre cuando era pequeńo y que me recuerdan a todas esas antiguas culturas que han ido formando la nuestra y cuán desconocida e increíblemente rica ha sido su influencia. En Estambul, cada objeto guarda su propia historia secreta.

Š Traducción de Virginia Solans.

http://www.elpais.com/articulo/paginas/Estambul/secreto/elpepusoceps/20070826elpepspag_8/Tes

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